Fiebre para estar ausente
con el calor de un eclipse lunar que deja el sol desterrado.
Claros para ver las nubes
y polvo para enterrarte.
Fiebre para eliminar los grados que nos sobran
y después un frío invierno donde agacharnos despacio
y abrazarnos aún más lento bajo la manta del tiempo.
Fiebre para desesperanzarme y evitarte un poco menos
para no creer en nada ni siquiera en juramentos
y después de otro termometro de mercurio
dejarnos de escondernos las heridas y lamernos la sangre
y escupirnos sin sal las futuras cicatrices.
Con la fiebre de un domingo de madrugada.
Con la fiebre que produce cualquier naufragio.