Permiso para cazarte y meterte en mi bolsillo,
arrancarte los dolores de tripa
y meterlos en una hucha de cerdito
para que explote el día menos pensado,
cuando ya nos hayamos ido.
Permiso para ponerte azúcar en los labios
(uno de los ingredientes principales de mis besos)
y permiso para romper las normas,
aquellas que escribimos cuando decidimos
que romperiamos todos los pactos
que firmaramos con tinta china de color morado.
Permiso para perderte, mientras me convierto
en oruga y me meto en tu huevo de seda.
Y permiso para pedir perdón por la heridas
que te haré, quien sabe cuando,
seguramente cuando sepa
que no te estoy rajando las auriculas
ni anudando la garganta.
Permiso para abortar esta misión
de encadenarnos, permisos para ser libres
uno dentro del otro.
Para juzgarnos cada mañana con las risas
de los domingos.
Para vernos sin mirarnos
y escucharnos sin oirnos,
mientras sientes tu en mi pecho
y yo en el tuyo un latido.
Permiso para pararnos,
para enredarnos, y amarnos,
para esperarnos e irnos.