Dada la iniciativa de JOSS y el animo de LET he decidido secundar la idea y hablaros un poquito del sitio donde habito.
El lugar donde vivo es una zona tranquila. Como no hay tiendas, ni cafeterías, ni ocio en definitiva, es un sitio de silencios, residencial, osea que solo se reside y punto.
Aún así voy a hablar (que no cotillear) de mis vecinos, que son como yo gente más o menos corriente.
Mis vecinos a la derecha de mi puerta son Francisco y Rosa y sus hijos Dani y Eduardo. Lo más característico de esta familia sin duda, es Paco o el conocido en nuestra casa como “Paco motos”. Paco se tira horas muertas limpiando, desmontando, volviendo a montar, mirando… y lo que es peor, algunas veces; acelerando su moto. Y creerme, cuando digo horas quiero decir exactamente eso, horas. Rosa cuida un niño pequeño, repelente y con gafas que dice cosas tipo tengo hambre-tengo hambre, esos zapatos son muy feos jujuju, quiero ver El Señor de los anillos y lo quiero ver y lo quiero ver y lo quiero ver… Perdonarme la expresión pero a mí el niño éste me cae como el culo. Ellos en definitiva son buena gente.
A la izquierda Mari y Jesús. Su hija, algo más joven que yo está casada y no vive con ellos pero viene mucho, especialmente los fines de semana, a pasear por aquí con su niña: Ruth y su marido Guillermo. Tenían un segundo hijo que murió hace un par de años. Cuando los veo casi siempre me acuerdo de él y me da mucha pena, porque era un crio y parece ser que le dio una parada cardiaca o algo así mientras dormía.
Entre el resto de vecinos señalaré que en frente hay una pareja que tiene dos hijos pequeños que dan pavor (no sé cómo se llaman, y lo prefiero, porque son como los niños de las películas de miedo, igualitos: la niña blanca, siempre seria y con los ojos transparentes, casi sin color… ahíiiii me dan escalofríos solo de pensarlo, y el niño moreno, con unas cejas oscuras y siempre enfadado. Mejor lo dejamos.
También en frente tengo otra pareja cuya característica más destacable son los ronquidos de él. En verano es impresionante, aunque hay varios metros de un lado a otro de la calle, si las ventanas están abiertas se escuchan perfectísimamente. Es una risa porque resulta sorprendente que su mujer pueda dormir ahí dentro a no ser que lleve tapones de hormigón armado.
En la otra parte de la calle tengo a mis vecinitos guapos: los chicos de 20 a 25 años deportistas, guapitos, pícaros… También la pareja de lesbianas, el soltero ciclista, la madre moderna despampanante, el niño que tiene un cochecito a batería que debe de emitir 10 millones de decibelios y que se pasea los Domingos a primera horita de la mañana como un señor, un matrimonio de profesores con una pinta impresionante de eso, de profesores, … y algunos más, entre los que estamos nosotros, que pienso que estaremos catalogados como la parejita o algo así como el chico que compra el periódico todos los días y la chica que no tiene coche.
Vaya, que formamos una variete común y corriente.
El lugar donde vivo es una zona tranquila. Como no hay tiendas, ni cafeterías, ni ocio en definitiva, es un sitio de silencios, residencial, osea que solo se reside y punto.
Aún así voy a hablar (que no cotillear) de mis vecinos, que son como yo gente más o menos corriente.
Mis vecinos a la derecha de mi puerta son Francisco y Rosa y sus hijos Dani y Eduardo. Lo más característico de esta familia sin duda, es Paco o el conocido en nuestra casa como “Paco motos”. Paco se tira horas muertas limpiando, desmontando, volviendo a montar, mirando… y lo que es peor, algunas veces; acelerando su moto. Y creerme, cuando digo horas quiero decir exactamente eso, horas. Rosa cuida un niño pequeño, repelente y con gafas que dice cosas tipo tengo hambre-tengo hambre, esos zapatos son muy feos jujuju, quiero ver El Señor de los anillos y lo quiero ver y lo quiero ver y lo quiero ver… Perdonarme la expresión pero a mí el niño éste me cae como el culo. Ellos en definitiva son buena gente.
A la izquierda Mari y Jesús. Su hija, algo más joven que yo está casada y no vive con ellos pero viene mucho, especialmente los fines de semana, a pasear por aquí con su niña: Ruth y su marido Guillermo. Tenían un segundo hijo que murió hace un par de años. Cuando los veo casi siempre me acuerdo de él y me da mucha pena, porque era un crio y parece ser que le dio una parada cardiaca o algo así mientras dormía.
Entre el resto de vecinos señalaré que en frente hay una pareja que tiene dos hijos pequeños que dan pavor (no sé cómo se llaman, y lo prefiero, porque son como los niños de las películas de miedo, igualitos: la niña blanca, siempre seria y con los ojos transparentes, casi sin color… ahíiiii me dan escalofríos solo de pensarlo, y el niño moreno, con unas cejas oscuras y siempre enfadado. Mejor lo dejamos.
También en frente tengo otra pareja cuya característica más destacable son los ronquidos de él. En verano es impresionante, aunque hay varios metros de un lado a otro de la calle, si las ventanas están abiertas se escuchan perfectísimamente. Es una risa porque resulta sorprendente que su mujer pueda dormir ahí dentro a no ser que lleve tapones de hormigón armado.
En la otra parte de la calle tengo a mis vecinitos guapos: los chicos de 20 a 25 años deportistas, guapitos, pícaros… También la pareja de lesbianas, el soltero ciclista, la madre moderna despampanante, el niño que tiene un cochecito a batería que debe de emitir 10 millones de decibelios y que se pasea los Domingos a primera horita de la mañana como un señor, un matrimonio de profesores con una pinta impresionante de eso, de profesores, … y algunos más, entre los que estamos nosotros, que pienso que estaremos catalogados como la parejita o algo así como el chico que compra el periódico todos los días y la chica que no tiene coche.
Vaya, que formamos una variete común y corriente.